Cómo se metió Fu en un atolladero al ir de visita

El oso Fu andaba un día por el bosque canturreando orgullosa-mente. Había inventado una tonadilla que cantaba cada mañana, mientras hacia ejercicios gimnásticos frente al espejo. Decía así: Tra-la-la-la, tra-la-la-la, mientras intentaba mantenerse todo lo más erguido posible; y Tra-la-la-la,¡Oh, ay!-la, mientras intentaba alcan-fzar la punta de sus pies. Después de desayunar la había ampliado y cantado una y otra vez hasta que se la había aprendido de memoria, ty ahora la iba canturreando. La cosa era así:

Tra-la-la, tra-la-la,

Ram-tam-til-am-tam,

Til-il, til-il,

Til-il, til-il,

Ram-tam-tam-til-am.

¡Bueno! Iba, pues, canturreando para sí y caminaba alegremente, preguntándose al mismo tiempo qué estarían haciendo los demás /y cómo se sentía él, que era distinto, cuando de pronto llegó ante un montón de tierra, y en el montón había un gran agujero.

—¡Ajá! —dijo Fu (Ram-tam-til-am-tam)—, este agujero quiere decir conejo como dos y dos son cuatro. Y un conejo significa compañía. Y compañía significa comida y alguien que va a oír mi canción y todo lo demás (Ram-tam-tam-til-am).

Se inclinó, introdujo la cabeza por el agujero y gritó:

—¿Hay alguien en casa?

Percibió un ruido y agitación procedentes del fondo del agujero y después se hizo el silencio.

—¡He dicho que si hay alguien en casa! —gritó aún más fuerte el oso Fu.

—¡No! —se oyó una voz, que añadió después—: no tienes que gritar tan fuerte. Te oí perfectamente la primera vez.

—¡Caramba! —dijo el oso Fu— ¿Así que hay alguien aquí?

—¡Nadie!

El oso Fu, sacó la cabeza del agujero, pensó un momento y se dijo: «Tiene que haber alguien ahí, porque alguien tiene que haber dicho: Nadie.»

Volvió a poner la cabeza en el agujero y dijo:

—¡Hola, conejo Pip!, ¿eres tú?

—¡No! —dijo el conejo, ahora con otra voz.

—Pero, ¿no es ésa la voz del conejo Pip?

—No creo que lo sea —dijo el conejo—. ¡No quiere serlo!

—¡Oooh! —dijo el oso Fu.

Sacó la cabeza del agujero, pensó otra vez, la volvió a meter y preguntó:

—¿Podrías decirme, por favor, dónde está el conejo Pip?

—Ha ido a ver al oso Fu, que es muy amigo suyo.

-Pero, ¡sí soy yo! —dijo el oso, muy sorprendido.

—¿•Qué clase de yo?

—El oso Fu.

-¿Estás seguro? -preguntó el conejo, aún más sorprendido.


 

—¡Seguro, seguro del todo!

—¡Bien! Entonces, entra.

Así pues, el oso Fu empujó y empujó para abrirse camino, hasta que consiguió entrar.

—Tenías toda la razón —dijo el conejo, mirándole—, eres tú. Me alegro de verte.

—¿Quién creiste que era?

—No estaba seguro. Ya sabes cómo van las cosas en este bosque. No puedes dejar a todo el mundo que entre en tu casa. Hay que tener cuidado. ¿ Quieres tomar un bocado ?

Al oso Fu siempre le gustaba tomar algo a las once de la mañana, y se puso muy contento al ver que el conejo Pip sacaba platos y jarras; y cuando éste dijo: «¿Miel o leche condensada en el pan?», estaba tan encantado que contestó: «Ambas cosas»; y después, para no dar a entender que estaba hambriento, añadió: «Pero no te molestes con el pan, por favor.» Durante un buen rato no dijo nada, hasta que, al final, cantando para sí con voz pastosa, se levantó, dio la pata con mucho afecto al conejo y dijo que tenía que irse.

—¿Debes irte? —preguntó el conejo Pip, educadamente.

—¡Bueno! —dijo el oso Fu—, podría quedarme un poquito más si tú… —y miró significativamente la despensa.

—En realidad —dijo el conejo Pip—, yo iba a salir también.

—Bien, entonces, me voy. ¡Adiós!

—Bien, adiós, si estás seguro de que no quieres nada más.

-¿Hay algo más? -preguntó el oso Fu calmosamente.

El conejo Pip levantó la tapa de los platos y dijo:

—No, no hay nada más.

—Yo creí también que no —dijo el oso Fu, moviendo la cabeza—. Bueno, ¡adiós!

Empezó a subir por la cuesta del agujero. Se arrastraba con las manos y al poco rato asomó su nariz al aire libre…, después las orejas…, después las patas delanteras…, después los hombros… y después…

—¡Socorro! —dijo el oso Fu—. Será mejor que vuelva a probar.

—¡Oh, qué fastidio! No puedo salir.

El conejo Pip quería salir de paseo y, al ver que la puerta delantera estaba ocupada, salió por la trasera, dio la vuelta, llegó adonde estaba el oso Fu y le preguntó:

—¿Qué, te has atascado?

—¡No, no! —dijo el oso Fu—, sólo descanso; pienso y canto para mí mismo.

—Tiéndeme una pata.

El oso Fu extendió una pata, y el conejo Pip tiró, tiró y tiró…

—¡Auuu! —gritó el oso Fu— Me haces daño.

—La verdad es —dijo el conejo— que estás atascado.

—Todo viene —se quejó enfadado— de no tener la puerta delantera bastante grande.

—Todo viene —le amonestó el conejo Pip, severamente— de comer demasiado. Pensaba entonces, pero no quise decir nada, que uno de los dos comía demasiado, y sabía que no era yo. ¡Bien, traeré a Christopher Robin!

Robin vivía en el otro extremo del bosque. Cuando acudió con el conejo Pip, vio al oso Fu y dijo:

—¡Ah, oso tonto! —y con su voz tan fuerte, todo el mundo se tranquilizó.

—Comenzaba a pensar —dijo el oso Fu, resoplando— que el conejo Pip nunca podría volver a utilizar su puerta otra vez. Y a mí no me gustaría esto.

—A mí tampoco —apuntó el conejo Pip.

—¿Utilizar la puerta delantera? —dijo Christopher Robin—, claro que volverá a utilizarla.

—¡Bien! —exclamó el conejo Pip.

—Si no te podemos sacar, Fu, tampoco podemos meterte.

El conejo Pip se rascó pensativo los bigotes y dijo que, una vez que Fu hubiera sido empujado hacia dentro, se quedaría allí. Y nadie estaba más contento que él mismo de ver al oso Fu, pero el hecho era que unos vivían en los árboles, otros bajo tierra y otros…

—¿Quieres decir que nunca saldré? —dijo el oso Fu.

—Digo —le aclaró el conejo Pip— que como has llegado hasta aquí, es una pena no aprovechar la situación.

Christopher Robin asintió con la cabeza.

—Entonces no queda más que hacer una cosa. Tendremos que esperar a que adelgaces otra vez.

—¿Cuántos días voy a tardar? —preguntó el oso Fu, muy preocupado.

—Una semana, diría yo.

—Pero… ¡No puedo estar una semana aquí!

—Puedes quedarte aquí perfectamente, oso tonto. Lo difícil es sacarte.

—Te leeremos cuentos —dijo el conejo Pip- y espero que no nieve. Y digo, amigo, que como estás ocupando gran parte de mi casa… ¿Te importará que use tus patas traseras para tender la ropa? Porque allí no harán nada y sería muy conveniente que se usaran para algo.

—Una semana —se lamentó el oso Fu tristemente—. Pero ¿qué pasará con las comidas?

—Me temo que nada de comidas —sentenció Christopher Robin—, porque tienes que adelgazar en seguida. Pero te leeremos muchas cosas que te agradarán.

El oso empezó a gemir y vio que tampoco podía gemir porque estaba muy apretado en el agujero. Rodó una lágrima por sus mejillas mientras decía:

—¿ Me leeréis algún libro que conforte y ayude a un oso atrapado y en un gran apuro?

Durante una semana, Christopher Robin leyó un libro de éstos en el polo norte del oso Fu, y el conejo Pip colgó la ropa en el polo sur…, mientras que, en el medio, Fu notaba que iba adelgazando más y más. Al cumplirse la semana, Robin dijo:

—¡ Ahora!

Cogió las patas delanteras de Fu, Pip agarró a Robin y los parientes y amigos de estos dos últimos cogieron al conejo Pip y todos juntos tiraron de él.

Durante mucho rato, el oso Fu sólo pudo decir «¡Ay!» y «¡Oh!».

De pronto, hizo: ¡Pop!, como si saltara el tapón de una botella.

Y Christopher Robin, el conejo Pip y todos los amigos y parientes cayeron hacia atrás patas arriba… y encima cayó también el oso Fu… ¡ Libre!

Y haciendo un saludo con la cabeza a sus amigos, continuó su camino por el bosque canturreando para sí. Christopher Robin le miró y se dijo: «¡Ah, viejo oso tonto!».

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