El gato escalador

por Margaret Coe Ilustraciones de James Houston

Este cuento trata de un niño y su gato, y se desarrolla en un campamento de minas de oro en el sur de la Columbia Británica.

La Columbia Británica es una de las diez provincias del Canadá

—Mami —gritó Richie—. Todavía no ha regresado. Yo creí que estaría aquí esta mañana. Tú dijiste…

Richie se colocó cerca de la gran estufa negra. Se sintió como un malvavisco sobre el carbón: la mitad frío, la otra mitad casi quemada.

Papá supo cómo embalar aquella estufa cuando nos trasladamos a la mina y también la gran bañera de latón. Si pudo acarrear cosas tan grandes hasta la cima de la montaña, podría igualmente encontrar un sistema de hacer bajar el gato de la copa de un árbol. Richie estaba bastante preocupado.

—Gato Negro ha estado subido en el abeto todo el día y toda la noche. Y Paul McGee dice que presiente una nevada. Lo sabe por una sensación que nota en sus huesos —dijo a su madre.

Richie se preguntaba si alguien tan gordo como Paul McGee podía realmente tener huesos, pero de todos modos le creía.

 

—Me parece que iré a la cocina y veré si Gato Negro está allí. Puede haber bajado la noche pasada. Apuesto a que en este momento está sentado en la caja de madera de Paul McGee.

—Bueno —dijo la madre—. Bueno, de acuerdo. Pero ponte el abrigo grueso. Nevó un poco la noche pasada.

¡Nieve! Gato Negro era un gato de verano; ni siquiera sabía lo que era la nieve ni cómo puede pegarse a uno, golpearle, empujarle, cubrirle.

La cabaña no estaba lejos de la cocina. Richie corrió por el suelo helado. No había mucha nieve; en realidad, sólo un polvillo, como si un descuidado y gigantesco cocinero hubiera dejado caer un poco de harina en las montañas. Pero iba a nevar más. Los doloridos huesos de Paul McGee así lo predecían. El cielo gris, torvo, lo confirmaba.

Había tres carteles en la gran cabaña de troncos donde estaba la cocina. El de arriba, con letras rojas, decía:

MOONTREE COMPAÑIA MINERA

Debajo de éste, un cartel más pequeño, decía, con letras negras:

COCINA

Y el cartel más grande, un cartón sucio escrito con letras azules muy bonitas, decía:

Paul McGee (COCINERO)

Dentro estaba Paul McGee removiendo un gran cazo de caldo para los hombres, que estaban sentados junto a una larga mesa de madera.

Todos tenían cara de estar hambrientos. Paul McGee sonrió bondadosamente a Richie. Sam, Mike, Sweede y otros le devolvieron, con gestos y exclamaciones, el saludo.

Richie apenas se dio cuenta. Miró la caja de madera que estaba junto a la estufa. Después buscó debajo de la estufa y de la mesa.

—No está aquí, chico —dijo Mike-. Cuando volví del número Cuatro, esta mañana, lo vi quieto encima del abeto, a casi una milla de aquí. No sabía que un gato pudiera subir tan alto. No me extraña que no pueda bajar.

Paul McGee dijo:

-Toma un poco de caldo, Richie. Es bueno para el estómago cuando hace frío.

-Gracias, Paul McGee, pero no tengo hambre. Me parece que volveré otra vez al abeto a llamar a Gato Negro. Puede que si ve que llevo mi abrigo grueso sepa que va a

nevar y se baje.

-Este gato sabe que va a nevar, después de pasarse toda la noche allá, al fresco -dijo Mike, atravesando una rebanada de pan con el tenedor y untándola con una gran cucharada de mermelada de fresas— Lo que ocurre es que tiene miedo de bajar. Probablemente arrojó de allí a uno de estos pájaros azules. Después el pájaro azul se alejó riendo y dejó a Gato Negro mirando hacia abajo asustado.

—Gato Negro no se asusta; lo que pasa es que es testarudo. Mamá dice que bajará y, si no lo hace, papá descubrirá un medio de hacerle bajar, cuando regrese —dijo Richie a Mike.

-Tu padre no regresará al campamento hasta dentro de tres días por lo menos —dijo Mike.

—Cómete la tostada antes de que se enfríe y no hables tanto, Mike —dijo Paul McGee.

—Antes -de que continúes hablando como si fueras mi madre, Paul McGee, mejor sería que aprendieras a cocinar como ella —replicó Mike jocosamente:

-Este huevo frito está más duro que la piedra del número Cuatro.

Cuando Richie llegó junto al alto abeto, se sintió de

pronto muy pequeño. La luna tendría que estar atenta al pasar por allí; la copa de aquel abeto arañaba el cielo. Y allí estaba Gato Negro, en las delgadas ramas de lo más alto; más que un gato parecía un gusano negro.

—Baja, gatito; baja, gatito. Va a nevar. Vamos, gatito, gatito —gritó Richie.

Le pareció que Gato Negro maullaba, pero podía también ser el viento.

—De todos los árboles de la montaña Moontree, tu gato escogió seguramente el más viejo para subirse a él —dijo una voz.

Richie se volvió y vio a Paul McGee junto a él.

—Tengo que pensar algo —continuó Paul McGee—. Quizá si Gato Negro huele comida, su comida favorita, perderá

el miedo y bajará.

Mostró su mano. En ella tenía una lata de salmón abierta, jugosa y rosada.

-Dejémosle solo y que el salmón haga el resto -sugirió Paul McGee, colocando la lata bajo el árbol.

—Ningún gato puede volver la espalda a una comida como ésta. Apuesto a que mañana a esta hora está lamiéndose los bigotes y buscando más.

Pero al día siguiente Gato Negro estaba aún arriba. El salmón estaba helado, convertido en una dura masa rosada.

—Supongo que no tiene hambre —dijo Paul McGee.

—Pero parece hambriento —dijo Richie—, y cansado. Mike tiene razón, Gato Negro está asustado. ¡Oh, quisiera que papá estuviera en casa!

—Si la comida no le hace bajar —dijo Paul McGee dudando-, no sé qué otra cosa puede ser mejor.

Mike, Sam y Sweede llegaron, pisando fuerte en la nieve. Levahtaron la cabeza hacia la copa del árbol, mirando a Gato Negro.

—Subid —rogó Richie.

—Demasiado peligroso, incluso con trepadores, que además no tenemos —dijo Paul McGee—. La mitad de estas ramas están podridas… no podemos arriesgamos.

—Tendremos que matarle. No podemos permitir que muera helado —dijo Mike.

-¡No, por favor, no hagáis esto! -gimió Richie-. ¡No lo matéis!

Paul McGee dijo, pensativamente:

—Sabes, quizá podríamos hacer una especie de escalera de mano. Podríamos cortar uno de estos árboles más pequeños de alrededor y apoyarlo en el gran abeto. Quizá si Gato Negro encuentra un camino inclinado en lugar de vertical, trate de bajar.

—¡Hagámoslo, hagámoslo! —gritó Richie.

Probablemente cuando el árbol pequeño choque contra el mayor le hará salir volando —dijo Mike.

—¡Oh, no! Este gato se agarra como el azúcar al pastel —dijo Paul McGee.

—Lo probaremos. Sam, tú y Sweede traed la sierra. Mike, tú trae el hacha.

—Yo soy minero, no leñador —gruñó Mike.

-Trae el hacha -voceó Paul McGee.

—Eres duro como la piedra, Paul McGee —dijo Mike-. Tan duro como los pasteles que haces, y ¡cuidado que son duros! Pero se dirigió al almacén de herramientas.

Los hombres pasaron mucho rato escogiendo el árbol que tenían que cortar. Se chuparon el dedo y lo levantaron para comprobar de dónde venía el viento. El viento era frío. Midieron las distancias a largos pasos.

—Este es el árbol —dijo finalmente Paul McGee.

Los hombres se pusieron a trabajar con el hacha y la sierra y pronto Paul McGee gritó:

-¡Árbol!

Richie cerró los ojos con fuerza; cuando los volvió a abrir, el árbol pequeño estaba recostado en el alto abeto. Formaba una especie de escalera. Pero Gato Negro había subido más arriba.

Por más que le llamaron y le ordenaron bajar, Gato Negro no se movía del árbol.

Cuando al día siguiente se despertó, Richie supo inmediatamente qué había pasado. Podía decirlo por la rara luz blanca que llenaba su habitación y por el brillo blanco de la ventana.

Había nevado.

Todo parecía raro. Con la blancura, las casas parecían más pequeñas, los árboles más pequeños también, el cielo más cerrado. Era difícil andar.

La madre vacilaba y tropezaba mientras iban hacia el

 

árbol, y Richie sintió que sus pies se hundían en la nieve. No quería ir al abeto. Estaría cubierto de blanca nieve; no podía quedar nada negro, pequeño, en el árbol.

Se sorprendió al ver a Paul McGee y a Mike al pie del árbol. Ellos se sorprendieron también al verle llegar. Entonces Richie descubrió la causa. Mike trató de esconderlo en la espalda, pero Richie lo vio: tenía un rifle.

—El gato aún está arriba -dijo Paul McGee-. Es duro, como somos todos los de Moontree. Pero hace más de tres días que está subido en el árbol. Tiene temblores y no puede vivir mucho tiempo con toda esta nieve. Mike dice que lo va a matar.

—No puedo dejar que se hiele —dijo Mike.

—Llamarle no ha servido de nada, la lata de salmón tampoco, hacer una escalera tampoco. No podemos hacer nada más —añadió Paul McGee.

—Sí que podemos —gritó Richie—. Sí que podemos. Nadie va a matar a Gato Negro, a mi Gato Negro.

Comenzó a correr hacia el almacén de herramientas; se cayó dos veces.

—¿Qué haces, Richie? —preguntó su madre cuando volvió al árbol, resoplando—. Iba arrastrando el hacha de dos filos detrás de él.

—Voy a cortar el árbol para hacer que baje.

—No puedes hacer esto —dijo Paul McGee—. Moriría en la caída.

—Sí puedo. Es mejor que matarlo. Por lo menos así tiene una oportunidad. Esto es lo que trato de hacer —dijo Richie fieramente.

No podía levantar el hacha más arriba de sus rodillas, pero la balanceó con todas sus fuerzas. Se escapó de sus manos y fue a caer en la nieve. Richie se preguntó si comenzaría a llorar.

—Yo sigo diciendo que debemos matarlo —dijo Mike, buscando el hacha en la nieve—. Pero voy a decir a Sam y

a Sweede que tenemos otra vez trabajo de leñadores.

Sam y Sweede cogieron un extremo de la sierra. Se prepararon. Midieron los pasos y colocaron los afilados dientes de la sierra contra el grueso tronco. Sam empujaba, Sweede tiraba y, con un rítmico raspado, la sierra se fue introduciendo en el árbol. Se pararon y Mike balanceó la pesada hacha cortando una cuña de la madera amarilla del tronco. Sam y Sweede se colocaron al otro lado del árbol y empezaron otra vez a aserrar. Las gotas de sudor caían por sus rostros.

Gato Negro observaba la operación tiritando.

—Ya casi está… ¡Arbol! —dijo Paul McGee.

El árbol crujió y empezó a caer…

-¡Agárrate, quédate ahí hasta que esté abajo! -gritó Richie.

Algo negro y pequeño saltó del árbol. El abeto cayó entre una lluvia de nieve, causando tal estruendo que hizo que el estómago de Richie temblara, y allí se quedó, quieto, mientras sus ramas se agitaban.

Una cabecita negra salió de la nieve.

—¡Hurra! —gritó Paul McGee, saltando de júbilo.

Golpeó a Richie en la espalda; Sweede y Sam se dieron la mano; Sam dio la mano a la madre de Richie; Mike dio la mano a Paul McGee; y la mamá besó a Richie.

Richie levantó a Gato Negro y le sacó la nieve de la piel. Ningún hueso roto. Estaba delgado y parecía un poco avergonzado de sí mismo, pero estaba a salvo. Comenzó a ronronear, y rozó su cara contra la mejilla de Richie.

Richie se olvidó de que hacía frío. Tenía calor; dentro, fuera, calor por todas partes.

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JOSE ALVARO ILLADA IDARRAGA

ESTE CUENTO, COMO TODOS LOS MARAVILLOSOS CUENTOS DE ESTE TOMO «NIÑOS DE TODO EL MUNDO», ME TRAE GRATOS RECUERDOS DE LECTURA EN LAS FRIAS Y MUCHAS VECES LLUVIOSAS TARDES Y NOCHES DE LA CIUDAD DE BOGOTA EN DONDE PASE MI INFANCIA Y GRAN PARTE DE MI ADOLESCENCIA.

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