Aprendo a escuchar

A mis oídos pueden llegar centenares de sonidos a un mismo tiempo. Me rodean los ruidos que proceden de la naturaleza, de los animales, de las cosas y de la gente. Si yo atendiera a todos esos sonidos al mismo tiempo me volvería loco. Por eso yo no oigo simplemente; yo escucho. A menos que haya mucho ruido, mi cerebro escoge los sonidos que me interesan.

Yo escucho las conversaciones y los sonidos que me interesan: los cuentos que me explica mi padre, los programas de televisión que más me gustan…

Yo escucho los sonidos que son un poco raros, como el ruido de las escaleras al crujir, o el sonido de las hojas de los árboles movidas por el viento.

Yo escucho el chisporroteo de la llama de la estufa o el ronroneo del gato, y esos sonidos me producen una agradable sensación de bienestar.

Yo escucho las advertencias. “¡Cuidado con la pelota!”

Yo escucho las instrucciones: cómo completar un rompecabezas, cómo jugar un partido de fútbol.

Yo escucho las órdenes de los mayores: “¡A dormir!”

Cuando mi cerebro escoge lo que han de escuchar mis oídos yo pienso y pongo atención en lo que oigo.

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