Los años de la adolescencia

En este momento, cuando los niños alcanzan la edad de la pubertad, dan el último paso hacia la madurez. Sú cuerpo continúa creciendo y cambiando. Al mismo tiempo añaden nuevas opiniones, valores, actividades y maneras de expresarse a todas las capacidades que desarrollaron en la infancia. Lo viejo y lo nuevo se combinan y modifican y eventualmente cristalizan en una personalidad totalmente distinta a la de otra persona. Este proceso físico y psicológico se realiza inadvertidamente durante un largo período de tiempo.
El niño que actuaba de un modo fácil de predecir durante sus primeros 12 ó 13 años de vida, se transforma en un adolescente desconcertante. Dice una cosa cuando lo que en realidad quería decir és algo completamente distinto. A veces se comporta con independencia, otras depende de sus padres de una manera totalmente infantil. Se encuentra repentinamente envuelto en situaciones que no sabe cómo manejar y espera que sus padres le saquen del apuro. Y después se muestra hostil con ellos y disgustado consigo mismo porque les ha proporcionado motivos para continuar tratándolo como a un niño. Generalmente defiende su independencia rebelándose contra sus padres y contra los adultos. Muchas veces ridiculiza todas las opiniones básicas de sus progenitores.
A menudo los padres contribuyen a la confusión de un adolescente mostrándose inconsecuentes con referencia al grado de responsabilidad que se espera de él. A los 16 años, por ejemplo, muchas veces le piden que cuide de su hermana pequeña mientras ellos están de viaje unos días. Sin embargo no le permiten viajar solo porque no es bastante responsable para “sortear las dificultades”.

El adolescente busca su propia identidad.
Quizás la fuerza más arrolladora que domina el comportamiento de un adolescente es su búsqueda de una identidad propia. El adolescente debe saber quién es y adonde va. Se rebela contra la autoridad paterna poque necesita probar que es un ser humano independiente y no simplemente una extensión de sus padres. Quiere que se le permita separar los objetivos de su vida de los de su familia.
Dentro de lo posible es aconsejable dar libertad de movimientos al niño para que experimente por sí mismo lo que le conviene. Al mismo tiempo los padres deberían tener en cuenta que su hijo dará mucha importancia a sus opiniones.
Algunos adolescentes llegan muy lejos para provocar la indignación de sus padres y comprobar hasta qué punto les importa su comportamiento. Los padres a veces se inclinan por la tolerancia creyendo que su hijo será feliz con esta demostración de comprensión. Pero generalmente logran un efecto totalmente distinto. El niño llega a la conclusión de que sus padres le dejan hacer lo que quiere porque no les importa que lo haga y porque no le aman.
Otros padres actúan con un criterio totalmente opuesto, tratan de sofocar todo comportamiento rebelde infligiendo castigos demasiado severos. El niño que es castigado severamente también concluye que sus padres no le aman. Puede incluso decidir que en adelante su comportamiento merecerá el castigo que se le haya infligido.

Para algunos adolescentes es más fácil hablar con otra persona adulta que con sus padres.

Los padres deberían aceptar un comportamiento rebelde, sin demasiada tolerancia ni demasiados castigos. Pero también deberían tener en cuenta que en sus mentes está muy claro que la autoridad, tanto de los padres como de otras personas, debería expresarse de una manera sólida en acciones y creencias. Un adulto tiene que saber defender sus opiniones.
El adolescente necesita tener una relación estrecha con las personas adultas que respeta. Ello le da la oportunidad de elegir e incorporarse a su propia identidad las cualidades que más admira en ellos. Aunque no imite conscientemente, el muchacho absorbe estas características admirables y admiradas. Eventualmente cristalizan en lo más íntimo de su ser y se transforman en parte de su personalidad. Se siente independiente de las personas que admira, pero tiene ideales y valores similares a los suyos. Empieza a identificarse con ellos y su propio sentido de la identidad aumenta. Mientras dura el proceso de la cristalización de su identidad el adolescente pasa por una etapa de inacción. Se siente neutral, incómodamente neutral. Descubre que hay mucha gente con ideales diferentes a los de sus padres y que también son personas respetables y respetadas. Hasta ahora ha considerado infalible el mundo de sus padres. Repentinamente se siente confundido. Se pregunta quién está en lo cierto. ¿Eran verdaderamente malas las cosas que antes temía hacer? Esto lo empuja a examinar sus propios valores. ¿Son realmente suyos o son prestados? ¿Expresan tan sólo las ideas de sus padres, simplemente por complacerlos? ¿Cuáles son realmente sus opiniones personales?

Si no encuentra la respuesta no se atreverá a decidirse por nada. No le satisfacen plenamente las ideas de sus padres pero no encuentra sustitutos propios que le sean válidos. A causa de esta indecisión puede atravesar una fase de apatía y depresión. El futuro le puede aparecer incierto.
Algunos adolescentes se sienten impulsados a dejar la escuela y pasar el tiempo viajando o en pura contemplación. Otros se ocupan en trabajos anodinos mientras tratan de “encontrarse a sí mismos”. Al cabo de algún tiempo la mayoría de los que han atravesado este período difícil llegan a la conclusión de que muchas cosas que les parecían aburridas y sin ningún significado súbitamente cobran nuevo sentido e importancia. La educación se convierte en algo esencial para el futuro, un futuro concebido según sus ideas.

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