Los pájaros que nadie podia ver

adaptación de una leyenda polinesia

Los habitantes de las islas de la Polinesia dicen que Maui era mitad hombre y mitad dios, que había nacido hace mucho tiempo con ocho cabezas y que su madre lo arrojó al mar, creyendo que estaba muerto. Narran que el dios salvó a Maui y que éste perdió siete de sus cabezas. La cabeza restante la tenía tan llena de magia que Maui hacía enfadar a los dioses, y todos se preguntaban cuál sería su próxima travesura. Antes de traer el fuego a la tierra, dicen que prendió fuego al mundo. Fue él quien levantó el cielo para que los hombres pudieran estar en pie. En seguida, atrapó al sol con un nudo corredizo y lo golpeó, forzándolo a moverse más lentamente por el cielo para que los campesinos tuvieran tiempo para plantar y recoger los frutos.

Una vez, cogió un pez gigante y lo transformó en las islas de Tonga, Rakahanga, Hawaii y la North Island de Nueva Zelanda. Maui realizó todo esto, pero aún se habla de uno de sus trucos.

En la isla donde nació Maui, en la cual vivía con su madre y sus cuatro hermanos, se oían cantos de pájaros y el batir de sus alas. Pero nunca se había visto ninguno.. Ni se sabía que existieran.

Una vez, el hermano de Maui preguntó:

—Madre, ¿ quién canta y silba cuando sale el sol ? ¿ Quién abanica el aire y nos toca las mejillas cuando jugamos eri la selva?

—Quizá los dioses están contentos de mis hijos, y por esto dejan oír esos ruidos que tanto os gustan y os acarician —le respondió.

Maui hizo una mueca ante las palabras de su madre, pero no

dijo nada. De todas las personas que vivían en la isla, Maui era el único que podía ver a los pájaros. Eran sus únicos buenos amigos.

Un día de tormenta en el mar, los vientos empujaron una canoa hasta la costa. Venía de tierras lejanas. En ella iba un hombre que miraba por encima del hombro, tanto a los habitantes de la isla como sus vestidos y sus casas. Despreciaba también la comida.

—¡Qué desgraciado he sido al verme obligado a desembarcar en esta isla miserable! —se Isfrnentaba—. En mi país, la tierra es verde y el cielo más azul. Tenemos mejor aspecto y somos más ricos. ¿Cómo puede vivir la gente en estos lugares tan horribles?

Hablaba y hablaba de las maravillas que había en su país. Con ello, lograba que los habitantes de la isla se avergonzaran. Estos no tenían nada bueno que enseñar a su huésped; nada que le gustara y nada que les hiciera sentirse orgullosos de su propia tierra.

Maui escuchaba al hombre, hasta que un día ya no pudo resistir más. Salió corriendo a la selva y llamó a los pájaros.

—Amigos míos —dijo—, necesito vuestra ayuda para hacer que la gente sea tan feliz como antes de que viniera este extranjero.

—Haremos lo que tú quieras —dijeron los pájaros.

—Entonces, seguidme —dijo Maui—. Cuando dé una palmada, cantad como no lo habéis hecho nunca.

Los pájaros levantaron sus alas con gran ruido y, volando, siguieron a Maui al sitio donde la gente escuchaba al recién llegado.

Maui dio una palmada produciendo un estrépito parecido al del trueno. Al momento, los pájaros comenzaron a cantar a coro. La música fue algo tan inesperado, tan emocionante y tan bonito que el extranjero, por primera vez desde su llegada, calló. Incluso los demás se mostraban sorprendidos. Nunca habían oído antes tales melodías. Levantaron la cabeza y comenzaron a sonreír.

Cuando los pájaros se callaron, el extranjero dijo:

—No veo por aquí nada que puede causar tales sonidos. He viajado por muchos países, pero nunca había escuchado nada que pueda compararse con lo que acabo de oír. ¡Qué orgulloso estaría yo si pudiera decir que estos sonidos se oyen también en mi país! ¿De dónde viene esa música maravillosa?

 

Antes de que nadie pudiera contestar, Maui saltó al centro de la reunión. Estaba decidido a lograr que su pueblo no se avergonzara nunca más de su propia tierra. Levantó las manos hacia el cielo y, con voz clara y muy alta, que resonó con el eco, empezó a recitar una orden mágica que sólo los pájaros entendían.

De pronto, la gente vio a su alrededor unas criaturas con plumas y alas que volaban y daban vueltas, saltaban y hacían piruetas. Miraron cómo estos seres se colocaban en las ramas de los árboles y en los techos de paja de las casas; pájaros de colores tan brillantes como el sol de oro y el mar lleno de joyas. Nadie había contemplado nunca colores como aquéllos: pájaros rojos, pájaros amarillos, pájaros verdes, pájaros azules y pájaros de color púrpura. Acudieron todos los pájaros que había en la isla. Lanzaban sus cantos y trinos mientras volaban, llenando así el aire de música y color.

Las personas miraban a los pájaros; después, fijaron los ojos en Maui. Ahora, ya sabían que era algo más que un muchacho a quien le gustaba hacer trucos. Había en él algo de divino. Musitaban: «¡Qué maravilla que Maui sea uno de nosotros! Si ahora hace todos estos prodigios, ¿qué no hará cuando sea mayor?»

Con los años, la magia de Maui les dio la respuesta.



 

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paula sanches

que malo era la montaña que nadien podia ver

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