Poppet

por Margot Austin

Una vez había un niño llamado Poppet, que tenía un perrito, llamado Puttle, y un gato, Pattler.

Una hermosa noche de verano, Poppet dijo a su perro:

—Puttle, ¿estás despierto?

—No —replicó Puttle—. Es de noche y duermo.

—Bueno, me gustaría que estuvieras despierto —dijo Poppet. —¿Por qué? —bostezó Puttle.

—Porque —dijo Poppet, alumbrando con su linterna a Puttle— voy a cazar y si estuvieras despierto podrías venir conmigo.

—¡A cazar! —exclamó Puttle, sentándose—. Precisamente me gusta mucho. Cazaremos un buen hueso para mí.

—No —dijo Poppet—. Cazaremos un oso.

—¿Un oso? —preguntó Puttle pestañeando—, ¿quieres cazar un oso? ¡Oh, no! Me asustan los osos. Prefiero seguir durmiendo.

—Por favor, no vuelvas a dormirte —rogó Poppet—. No tienes que asustarte. Cuando encontremos al oso, lo meteremos en un saco.

—¿Ponerlo en un saco? ¿Qué saco?

—El tuyo —explicó Poppet—; el que tienes para dormir.

—Pero, ¿no me asustaré de ver a un oso en mi saco? —preguntó no muy convencido Puttle.

—Claro que no —dijo Poppet—. Tú no tienes miedo.

—¿Estás seguro?

—Muy seguro.

—Bueno, entonces —aceptó Puttle, saltando-, como no tengo miedo, vámonos ahora mismo a cazar.

—Muy bien —dijo Poppet, apagando la linterna—. Te dejaré llevar el saco. los dos se fueron a cazar un oso.
—La luna brilla tanto que parece de día —exclamó Puttle mientras trotaba al lado de Poppet—. No necesitamos la linterna.
—Sin embargo, la llevaremos para cuando lleguemos a sitios oscuros —dijo su compañero.
—¡Poppet, veo ojos! —musitó Puttle.
—¿Ojos? ¿Qué clase de ojos?
—Ojos de oso, creo —contestó apretándose contra Poppet.
—¿Dónde? —preguntó este último.
—Allí, en aquel sitio negro, bajo la mata de las lilas —aclaró Puttle, temblando—. ¡Unos ojos enormes! Debe ser un oso muy grande y terrible. Me parece que no quiero cazar más.
—Yo, sí; ¡y tú también! —dijo Poppet— Coge el saco y yo encenderé la linterna.
—¡Ohhh…, muy bien…! —exclamó el pobre Puttle, temblando de miedo.
¡Clic!, y la luz se encendió.
¡Sssuich!, hizo el saco.
—¡Lo cogí! —dijo Puttle, arrastrando el saco debajo de la mata de lilas—. ¡Es un oso enorme!
—No has cogido un gran oso, tonto. ¡Me has cogido a mí! —protestó Pattler, el gato—. ¿Por qué haces estas tonterías? ¡Vamos, tirar sacos a la cabeza de la gente! ¿’Qué estás haciendo?
—Estamos cazando un oso —explicó Poppet.
—Y creimos que tú eras un oso —dijo Puttle.
—Un oso, sí claro —se oyó la voz de Pattler, mientras éste salía del saco—. ¿Parezco yo un oso?
—No, claro que no —contestó Poppet.
-Pero lo parecías antes de que encendiera la linterna —dijo a su vez Puttle.
-Bueno, yo no era un oso —protestó Pattler— ¿Y ahora qué?
. -Entonces tendremos que seguir cazando —dijo Puttle—. ¿No te gusta cazar osos?
-¡Claro que no! —dijo Pattler—. Me asustan los osos.
—Pues a mí no me asustan —se pavoneó Puttle, presumiendo de valiente.
—¿Por qué no? —preguntó Pattler.
—Porque Poppet enciende la luz cuando llegamos a los sitios oscuros.
—Ya veo… —dijo Pattler— ¿Y qué pasa después?
—Entonces, el oso salta directamente y se mete dentro del saco. Igual que has hecho tú —puntualizó Puttle.
—¡Ah, ya! No tenía idea de que cazar osos fuera tan fácil —dijo Pattler— Quizá vaya con vosotros también.
—Bueno; tú, Pattler, puedes llevar el saco.
-No, gracias —se echó a temblar este último-. Yo sólo voy con vosotros para ver.
Así, los tres fueron a la caza del oso.
—Veo ojos otra vez —dijo Puttle-. Enciende la linterna, Poppet.
¡Clic!, hizo la linterna.
¡Sssuisch!, hizo el saco.
—Estoy seguro que hemos atrapado uno —dijo Puttle.
—Veamos cómo es —y Pattler levantó el saco.
—Parece una rana —exclamó Poppet— Una ranita de ojos verdes.
—Bueno, no me gustan las ranas. Mi saco es sólo para osos —opinó Puttle, sacudiendo el saco con fuerza— ¡Sal de ahí!

 la rana salió tímidamente dando pequeños saltos.
Entonces, los tres cazadores, continuando su safari, llegaron a
un huerto.
—¿Veis lo que yo veo? —susurró Puttle.
—No, yo no veo nada —contestó Pattler—. ¿Y tú qué ves?
—Veo unos ojos pequeños —dijo Puttle—, entre las coles. Debe ser un oso pequeño que está comiendo.
—¿Estás seguro de que es un osito? —musitó Pattler.
—Muy seguro —dijo Puttle, sonriente-. No es mayor que tú. -í¿Cómo lo sabes? —preguntó aquél.
—Porque no es mayor que una col.
—Entonces —dijo Pattler, cogiendo el saco de Puttle—, mira cómo lo cazo. ¡Enciende la linterna, Poppet!
¡Clic!, hizo la linterna.
algo saltó directamente al saco.
—¡Lo tengo! ¡Lo he cogido! —dijo Pattler—, y es tan grande, tan fuerte y tan feroz que romperá el saco en mil pedazos si alguien no me ayuda.
—¡Pero no es un oso! —dijo Poppet, mirando el saco—. Y no es feroz. No es más que un conejito.
-¡Un conejo! -dijo Puttle, quitando el saco a Pattler, y dándole una sacudida con fuerza-. He dicho que mi saco es sólo para osos. Tú no eres un oso. ¡Sal de ahí!
el conejo salió del saco dando saltos y patadas furiosas.
-Ya estoy harto de que salgan de mi saco cosas que no son osos
-dijo Puttle con un fuerte suspiro y sentándose a descansar un poco-. Hace mucho rato que debería haberme ido a dormir y vuelvo a tener sueño.

    —Yo también —dijo Pattler, sentándose en la hierba, al lado de Puttle. ¿Creéis que podremos encontrar un oso?
—No, si no nos damos prisa —dijo Poppet—; porque la linterna se está agotando. La última vez que la encendí ya casi no alumbraba.
—¡Oh! —dijo Puttle, saltando—. No podremos ver en los sitios oscuros.
—Es verdad —exclamó Pattler, saltando también—. Mejor será que cacemos pronto.
-Pero, ¿dónde?
—¡En la hamaca! —sugirió Poppet—. No hemos mirado allí.
—Ese sí que es un buen sitio —aprobó Puttle, cogiendo el saco y comenzando a andar hacia la hamaca—. Si encontramos un oso haciendo la siesta, lo podremos coger fácilmente.
—Si está tan cansado y con tanto sueño como nosotros —agregó Pattler—, no habrá problema.
—Así es, Pattler. Lo que nos gusta cazar son osos dormidos.
Pero cuando miraron en la hamaca no había ni rastro de oso.
—Sólo almohadas —dijo Puttle.
—Muchas almohadas viejas —suspiró Pattler.
—Pero hay algo debajo —exclamó Poppet.
—Probablemente, otra almohada —dijo el primero bostezando.
—Sí —dijo el segundo después de mirar bajo la hamaca—. Una almohada con orejas redondas.
—Las almohadas no tienen orejas, Pattler.
—Pues ésta sí tiene, Puttle.
—Oh, sí —dijo este último, mirando a su vez debajo de la hamaca—. Incluso tiene ojos.
—¡ P-p-p-oppet! —tartamudeó Pattler—. Por favor, enciende la linterna.
¡Clic!, hizo la linterna.

¡Y allí había un gran oso!
Entonces, la luz se apagó.


—Otra vez oscuro. No puedo ver nada —dijo Puttle, dejando caer el saco.
—Yo tampoco veo —exclamó Pattler, mientras se abrazaba tembloroso a aquél—. ¿Qué pasa?
—Que mi linterna se ha gastado —dijo Poppet— y no tenemos luz. —¡Ay! —exclamó Puttle—. Tengo miedo.
—¡Yo también! —dijo Pattler—. ¡Corramos!
—¡Sí! —dijo Puttle—. ¡Corramos!
—No os vayáis -los calmó Poppet-. No es preciso asustarse. —¿Por qué no?
—Eso es, ¿por qué no?
—Porque —siguió Poppet— puse el oso en el saco.
—¿Ah, sí? —preguntó Puttle.
—¿ Sin luz ? —preguntó Pattler.
—Claro —contestó Poppet, cogiendo a la vez el saco—. Ahora ya podemos irnos a dormir.
—¡Qué valiente eres, Poppet! —dijo Puttle.
—¡Es verdad! —dijo Pattler.
—¡Oh, no!, nada de eso —dijo Poppet, echándose el saco a la espalda.
—¿No eres valiente? —preguntó Pattler.
—¿Por qué no eres valiente? —preguntó Puttle.
—Porque yo siempre me llevo mi oso a dormir —replicó Poppet… —¿Tú haces eso? —exclamaron asombrados sus compañeros. —Claro que sí —continuó aquél, riendo—, si logro encontrarlo.
Diciendo esto, extrajo del saco al oso y se lo entregó a Puttle. —Está muy bien que Poppet te haya devuelto el saco ¿’verdad? —preguntó Pattler, sonriendo a su vez.
—Claro —dijo Puttle.
—Después de todo, cogimos un oso ¿no, Puttle? —suspiró Pattler. —Sí, aunque sólo fuera un oso de juguete.
-Un oso de juguete que Poppet dejó olvidado bajo la hamaca -terminó Pattler, mientras se enroscaba en el saco para dormir. -¡Pattler! —gritó Puttle con terrible voz.
-Bueno, ¿qué te pasa ahora? —preguntó Pattler.
-¡Sal inmediatamente de mi saco! —ordenó aquél, dando un fuerte empujón a éste—. ¡Mi saco es sólo para mí!

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