Un mal negocio

por Apeles Mestres, adaptado por E. T. Ilustraciones de Jaime Marzal

Pedro y Pablo se creían los dos chicos más listos del pueblo. Vivían contentos y satisfechos de sí mismos, orgullosos como pavos reales, y se consideraban inteligentísimos, pero lo cierto era que todo el pueblo les tenía por un par de zoquetes, dos tontos rematados, aunque ellos opinaran lo contrario.

Un día, al salir de la escuela, Pablo propuso a su amigo Pedro el siguiente negocio:

—Oye, Pedro: tenemos dos días de fiesta porque pasado mañana se celebra la romería a la ermita de San Hipólito, patrón del pueblo. Mañana podemos preparar un buen negocio y pasado mañana, con la cantidad de gente que acude a la romería, nos hacemos ricos. ¿Qué te parece la idea?

—¿Qué idea? ¿De qué negocio hablas? ¿Qué vamos a preparar? ¿Cómo nos haremos ricos?

—El año pasado, Matías, el sacristán, hizo una fortuna vendiendo las rosquillas que su mujer había preparado en su casa el día anterior. Y hace dos años había un vendedor ambulante que vendía gaseosas y caramelos y un matrimonio con un tenderete lleno de cajas de fruta y bolsas de cacahuetes y avellanas y almendras tostadas…

—Y yo recuerdo que un año vi un puesto de cocos y el jugo estaba buenísimo. Con el sol tan fuerte, todo el mundo suda y se muere de sed.

—Por eso se me ha ocurrido una idea fabulosa. Como la fuente más cercana está a una media hora de la ermita, podemos montar un negocio de bebidas y. forramos. ¿Qué te parece?

—¡Estupendo!

—Subimos, entre los dos, unos cuantos vasos y una garrafa de agua con unas gotas de aguardiente para darle gusto, como se hace con los segadores cuando vuelven empapados de la siega, y nos hartamos de vender vasitos a duro cada uno, que a nosotros no nos habrán costado más que una copita de aguardiente para toda el agua, o sea unas

gotitas, unos céntimos cada vaso y el trabajo de subir cargados la cuesta de la ermita. Total: un negocio redondo. ¿Qué dices a eso?

—Perfecto. Ni yo mismo lo hubiera pensado mejor.

—Pues manos a la obra. Tú pones los vasos que sacas de tu casa, y yo pongo una garrafa grande que tengo en la mía. Y el precio de la copita de aguardiente, cuatro perras, lo partimos entre los dos, como el negocio que resulte, a partes iguales. ¿De acuerdo?

-De acuerdo. Mañana mismo lo preparamos todo. Y se me está ocurriendo un truco para mejorar tu idea y aumentar el negocio.

-Di.

—Si encontráramos dos garrafas, en vez de una, podríamos estar todo el día, desde la primera hora al anochecer, llenando vasos sin parar. Cuando una garrafa se hubiera vaciado, uno de los dos, por tumos, iría a llenarla a la fuente, en el bosque, mientras el otro se quedaría en el puesto con la garrafa llena, continuando las ventas. ¿Qué tal?

—No está mal, pero para eso necesitaremos más copas de aguardiente para mezclar con el agua nueva que vaya llegando…

—Podemos comprar media botella de aguardiente, unas diez o quince copas…

—Resultará muy caro…

—Pondremos todos nuestros ahorros, mitad y mitad. Llegaremos hasta donde lleguen nuestros ahorros.

—Muy bien.

El día de la romería, los dos amigos se levantaron muy pronto, antes de que apuntara el día, para estar en la ermita, que distaba unas cuatro horas del pueblo, desde el primer momento y aprovechar todas las oportunidades que se presentaran para el negocio. A medida que avanzaban hacia la ermita, el camino se hacía más difícil y empinado, el sol ya había asomado y comenzaba a picar fuerte, y los

 

dos muchachos, cargados como muías con sendas garrafas llenas de agua preparada desde el día anterior con unas gotas de aguardiente y, además, con unos cuantos vasos en los bolsillos y con una botella vieja en la mano medio llena de unas copas de repuesto, comenzaron a sudar y a resoplar como burros de carga.

Pablo no tardó mucho en quejarse:

-Me abraso de sed. No puedo más. ¿Cómo vamos a transportar todo el rato, con el calor que hace, esa agua tan olorosa, sin poder probar ni una gota? Es un tormento. ¿Podríamos beber un vasito, por lo menos?

—Bueno —accedió Pedro—, pero sin estafar a nadie, ¿eh? Tú y yo hemos formado una sociedad para vender agua con aguardiente y no es cosa de defraudar a la sociedad. Si quieres un vaso tendrás que pagarlo al precio convenido.

—Me parece bien, si tú haces lo mismo cuando no resistas más. Un duro me ha quedado después de poner todos mis ahorros en el negocio. Aquí lo tienes. Venga el vaso.

Pedro se embolsó el duro y sirvió un vaso a su compañero.

Al poco rato fue Pedro quien comentó:

—¿ Sabes que me has dado sed, viéndote beber con tanto gusto? Me parece que yo también voy a pagarme un vasito. Toma un duro.

Y    entregando a su amigo la moneda que éste le había dado antes, Pedro sació su sed.

Unos minutos más tarde, Pablo volvió a quejarse:

-El sol es cada vez más fuerte. El vaso de antes sólo me ha servido para refrescarme la lengua y darme más sed. Aquí tienes el dinero. Quiero otro vaso.

Y    devolvió la moneda a Pedro, el cual unos pasos más adelante, exclamó:

—Chico, me ocurre lo mismo que a ti. Es mejor no beber nada que probar un solo vaso. Por lo menos, si no bebes nada, no recuerdas el gusto y el frescor del agua en la garganta. Ahora no puedo más. Pago el precio convenido y déjame remojar la boca.

Y el duro retomó a los bolsillos de Pablo.

A medida que avanzaba el día, crecía el calor, se empinaba la cuesta y aumentaba la sed, que con el gusto del aguardiente, en vez de calmarse, crecía lo mismo que el calor y el día. Las paradas y los vasitos se hicieron más frecuentes, y como que cada vez que uno de los dos amigos tomaba un vaso pagaba escrupulosamente el precio convenido, el otro se encontraba siempre con el capital necesario en los bolsillos, para repetir a su vez el vasito, y así, por tumo, se iban llenando los vasos y vaciándose las garrafas, con una rapidez asombrosa. Y cuando se acabó el agua se bebieron las copitas de aguardiente de la botella vieja. Y el duro entraba y salía del bolsillo de Pedro al bolsillo de Pablo y del de éste al de aquél como una pelota de tenis…

Al llegar a la ermita, las garrafas y la bótela estaban tan vacías como una olla agujereada. Pablo se encontró con el duro en sus bolsillos, el resto de sus ahorros invertidos en el negocio, tal como había comenzado el día, y Pedro con los bolsillos llenos de viento.

—¿Cómo es posible? —se preguntaban, aterrados, los dos aprendices de comerciante—. El negocio debía haber funcionado exactamente igual que si hubiéramos vendido el agua a los romeros aquí, en la ermita, puesto que cada uno de nosotros ha pagado religiosamente su vaso al precio establecido. ¿Cómo es posible que estemos peor que al empezar el negocio? ¿No hemos ganado nada?

Los dos amigos estaban tan cansados y tan preocupados por su mala suerte que decidieron irse al bosque y sentarse junto a la fuente, para ver si en -reposo podían comprender cómo, habiendo pagado cada copa con toda puntualidad al mismo precio que las habría pagado el público de la ermita, se habían quedado con los bolsillos tan vacíos como la botella de aguardiente y las garrafas de agua.

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Literalmente un negocio redondito!! hermoso cuento 🙂

Rebeca Flores González

Cuentos hermosos, siempre me ha gustado contarles cuentos a mis hijos y ahora que uno de ellos me ingreso al concurso de las voces de Don Quijote como madre participante del libro 2 saque el cuento del zapatero y los duendecillos y caramba saque el primer lugar a pesar de que soy primeriza en contarlo ante el público y el próximo año tengo que participar nuevamente por haber sacado el primero lugar a nivel de escuela

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